Día Miércoles. Semana normal de clases. Dejamos de lado nuestros deberes y decidimos ir a distraernos. Habíamos pensado ir a un sitio que colindaba con el famoso zoológico de La Dehesa, pero al llegar ahí, estaba iniciandose una construcción. Una vez más, la ciudad nos quitaba un lugar de reunión. Alguien propuso ir a un río que quedaba al final de cierta calle, yo acepté con gran entusiasmo, pues en esa calle, más bien callejón sin salida, estaba la casa en la que yo había vivido hasta los 6 años de edad y quizás eso me iba a traer buenos recuerdos. No lo pensamos dos veces y partimos. La calle estaba igual, mi casa también... fue muy nostálgico. Lo que no recordaba era lo largo de la calle hasta llegar al río, pero cuando llegamos, nos olvidamos que estábamos en la ciudad... estábamos totalmente sumergidos en la naturaleza. Bajo las ramas de un sauce esperamos a un amigo, pescamos el cargamento y partimos.
La rivera era barrosa y te llamaba a seguir caminando. El ramaje era cada vez más tupido. El sonido de las hojas y el agua ahogaba el ruido de la ciudad, era imposible creer que estábamos en la ciudad. Luego de un momento la rivera se volvía angosta, estábamos entre 2 acantilados bordeando el río y había un sauce caído, barro y zarzamoras que formaban una inmensa barrera natural que daba la impresión de ser la entrada protegida a un reino mágico, gigante, y que no permitía el ingreso de simples ciudadanos. Sólo los que se adentraran en la atmósfera absorvente de ese paisaje y tuvieran el coraje de atravesar aquella barrera merecerían contemplar lo que nos esperaba.
Tuvimos que cruzar el río por un tronco que rodaba y luego tardamos 10 minutos en atravesar la lodosa barrera formada por las zarzamoras y los troncos caídos. Cuando estábamos cruzando el último tronco, las ramas que aun obstaculizaban el paso comenzaban a seducirnos, moviendo sus hojas a un ritmo como insinuando lo que venía. Fue realmente impresionante, había un lugar muy grande junto al río, la rivera estaba protegida por un acantilado gigante a un lado y por una pared de zarzamoras al otro. A un costado de la rivera, un enorme sauce de más de 100 años imponía su autoridad ante los visitadores y apoyándose en la dura pared del acantilado, desplegaba sus enormes brazos, formando un puente diagonal caminable sobre el río que le daba a nuestro nuevo lugar una atmósfera mágica de poder inexplicable.
Después de celebrar y confundirse entre este paisaje vimos una cueva misteriosa, y por diversión, empezamos a tirar piedras... al parecer el lugar no era tan nuestro.
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2 comentarios:
And the Oscar goes to.... Sombi
Muy buena la iniciativa . El vocabulario coloquial le queda adhoc. El close up del monstruo...notable, una buena muestra de una juventud emprendedora y poco ociosa. Todos de aqui a la fama
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